Correr para vivir: Correr 100 kilómetros (Parte 3)

Nueve horas sin parar, con un sol abrasador -casi que inclemente-, a una temperatura de 34 grados, y con cerca de 11 kilómetros por delante para llegar finalmente a la meta. Ya había recorrido 89 kilómetros, primero en la oscuridad y luego bajo un sol creciente.

Un masaje en el Parque de Jiménez, el rebase de dos de mis rivales por el sexto puesto y un entusiasmo casi perdido.

Faltando nueve kilómetros para llegar al Parque de Guápiles, y cuando más desmotivado estaba, paró un Mercedes Benz a mi lado y se bajó del auto un tipo desconocido para mí: “se puede acompañar a un hombre de acero?”, preguntó… En principio rechacé su oferta para mis adentros pues quería terminar el calvario solo, pero su noble sonrisa me hizo cambiar de opinión y accedí a su compañía.

Me comentó que además de atleta me admiraba como periodista desde los años setentas y así empezamos a entablar un diálogo que fue consumiendo minutos.

Los «ultramaratonistas», no son seres extraterrestres; sencillamente se trazan objetivos y en ellos enfocan sus entrenamientos, que pueden prolongarse, antes de la competencia, por un año o más, de ser necesario. En mi caso particular había entrenado seis meses para correr la ULTRA de Guápiles. Por ello, por todo lo que implica una preparación disciplinada y consciente, quienes están en la línea de salida de una ultramaratón ya son ganadores.

Si bien es cierto que los límites están en la mente, el deseo de querer participar en una ultramaratón debe ir acompañado de una seria planificación y un apropiado entrenamiento.

La verdad es que yo la planifiqué a medias y en los últimos kilómetros pagué las consecuencias. Sin embargo, mi “compa”, de quien al día de hoy no sé su nombre, no paró de darme aliento y ya faltando 3 kilómetros yo sentía que lo había conseguido…

La seguridad y la preparación física y mental deben ir de la mano con una actitud positiva y, muy importante, el control del ego. Y yo finalmente lo había conseguido.

El ego siempre estará presente, como un elemento adicional en las competencias deportivas, pero más deberán valer las sonrisas interna y externa que reflejarán la satisfacción de haberse atrevido a asumir un reto personal, superarlo y pasar al siguiente.

Los últimos mil metros fueron de jolgorio! Mi compa aceleró el paso y yo respondí… Faltando unos 500 metros, una pandilla de “carajillos” nos vino a topar y nos acompañó hasta la meta final, ubicada en el Parque de Guápiles. Una mano me tendió un micrófono, y ante unas 200 personas lancé un llamado al deporte y a alejarse de los vicios.

Con la ayuda de mi esposa, mi hijo, el “compa” y DIOS, había logrado mi hazaña. Un poco menos de once horas y un sexto lugar entre 13 competidores, incluido el segundo puesto en la categoría de Veteranos.

Tras el amuerzo, rumbo a San José, y al día siguiente: al trabajo otra vez.

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